El hombre de arena: E.T.A. Hoffmann. Libros gratis
El Hombre de Arena (Der Sandmann) es un relato de terror de E.T.A. Hoffmann. Fue el primero de una serie de cuentos que formarían la mejor antología de horror del escritor alemán, llamada Die Nachtstücke, Las Piezas Nocturnas.
Los estudiantes de psicología quizás lo recuerden (no así los psicólogos, cuya memoria siempre es dudosa), ya que Sigmund Freud incluyó un análisis de El Hombre de Arena en un célebre ensayo llamado Lo Siniestro (Unheimlich). Curiosamente, Jacques Lacán también mencionó a El Hombre de Arena en su estudio sobre la Angustia. Ambos sabios coinciden en un aspecto fundamental: los dos leyeron el relato.
Volviendo al aspecto literario, El Hombre de Arena sostiene una larga tradición folclórica, encarnada en ese espantoso ser escandinavo, Der Sandmann, cuyo placer consiste en arrojar arena a los ojos de los niños que no se acuestan temprano. El mérito de E.T.A. Hoffmann es tomar esta leyenda y trasladarla a la mente alucinada de su personaje principal, Nathaniel.
La obsesión de Nathaniel adquiere varios vehículos a través del relato, pero las formas ominosas del Hombre de Arena, su paso lento, arrastrando los pies a través de los pasillos, tal vez sacudiendo la bolsa que cuelga de su cintura, llena de ojos sin párpados, mirando estúpidamente a la nada; absorbe gran parte de aquella obsesión. Pero no todo es alucinatorio, Nathaniel ha sufrido en la infancia un episodio imborrable, un encuentro con El Hombre de Arena, cuya realidad no será evidenciada hasta el final del relato.
A pesar de que El Hombre de Arena es un cuento de terror relativamente breve (unas 25 páginas), en su estructura coexisten muchos personajes, todos ellos necesarios; y algunos con un delicado toque filológico, apreciables aunque sea sólo por su forma estética: Por un lado está el fiel Siegmund, amigo del protagonista, cuyo nombre significa Protección. Olimpia, una autómata que haría las delicias de cualquier machista, y Coppola, personaje aterrador y sórdido, y cuyo nombre italiano evoca las cuencas oculares.
Con bastante esfuerzo hemos eludido la trama de El Hombre de Arena. Esa tarea es un ejercicio quirúrgico que preferimos evitar. Un buen relato nos invita a terminarlo desde el primer párrafo, y ciertamente no necesita de una disección analítica para depositar en el lector toda su magia, aun cuando esta no pueda ser explicada luego.
Pueden leer o descargar El Hombre de Arena, de E.T.A. Hoffmann, aquí:
Los estudiantes de psicología quizás lo recuerden (no así los psicólogos, cuya memoria siempre es dudosa), ya que Sigmund Freud incluyó un análisis de El Hombre de Arena en un célebre ensayo llamado Lo Siniestro (Unheimlich). Curiosamente, Jacques Lacán también mencionó a El Hombre de Arena en su estudio sobre la Angustia. Ambos sabios coinciden en un aspecto fundamental: los dos leyeron el relato.
Volviendo al aspecto literario, El Hombre de Arena sostiene una larga tradición folclórica, encarnada en ese espantoso ser escandinavo, Der Sandmann, cuyo placer consiste en arrojar arena a los ojos de los niños que no se acuestan temprano. El mérito de E.T.A. Hoffmann es tomar esta leyenda y trasladarla a la mente alucinada de su personaje principal, Nathaniel.
La obsesión de Nathaniel adquiere varios vehículos a través del relato, pero las formas ominosas del Hombre de Arena, su paso lento, arrastrando los pies a través de los pasillos, tal vez sacudiendo la bolsa que cuelga de su cintura, llena de ojos sin párpados, mirando estúpidamente a la nada; absorbe gran parte de aquella obsesión. Pero no todo es alucinatorio, Nathaniel ha sufrido en la infancia un episodio imborrable, un encuentro con El Hombre de Arena, cuya realidad no será evidenciada hasta el final del relato.
A pesar de que El Hombre de Arena es un cuento de terror relativamente breve (unas 25 páginas), en su estructura coexisten muchos personajes, todos ellos necesarios; y algunos con un delicado toque filológico, apreciables aunque sea sólo por su forma estética: Por un lado está el fiel Siegmund, amigo del protagonista, cuyo nombre significa Protección. Olimpia, una autómata que haría las delicias de cualquier machista, y Coppola, personaje aterrador y sórdido, y cuyo nombre italiano evoca las cuencas oculares.
Con bastante esfuerzo hemos eludido la trama de El Hombre de Arena. Esa tarea es un ejercicio quirúrgico que preferimos evitar. Un buen relato nos invita a terminarlo desde el primer párrafo, y ciertamente no necesita de una disección analítica para depositar en el lector toda su magia, aun cuando esta no pueda ser explicada luego.
Pueden leer o descargar El Hombre de Arena, de E.T.A. Hoffmann, aquí:
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